martes, 24 de septiembre de 2013

Cosmología y cosmogonía mesoamericanas representadas en la Ceremonia Ritual de los Voladores de Papantla

Autor: Paulo César Ramírez Silva, 22 de junio de 2013


Astronomía y cosmología prehispánica: El siglo prehispánico Mexicano de 52 años

Cincuenta y dos (52) es un número de gran relevancia para las distintas culturas de la América Precolombina, y especialmente las que existieron en la región conocida como Mesoamérica, que abarcó una parte importante del centro-oeste, centro y sureste de México. Varios calendarios mesoamericanos comparten la misma estructura, siendo los más conocidos el Maya y el Azteca, contemporáneos de otras culturas como la Zapoteca y Olmeca. [1]

El nombre completo de cualquier fecha en el sistema de calendario maya consiste de una fecha Tzolk’in (calendario ritual de 260 días: 13 meses de 20 días) y una fecha Haab (calendario solar de 365 días: 18 meses de 20 días más 5 días Uayeb). La Rueda Calendárica es el entretejido de los calendarios Tzolk’in y Haab. En la Rueda Calendárica, una combinación del Tzolk’in y el Haab no se repetirán hasta que hayan pasado 52 años Mayas (Haabs), o 18,980 Kines (días).[2]

Rueda calendárica:[3]


Rueda calendárica en museo Maya de Chetumal, Quintana Roo.

Cada 52 vueltas del Haab se celebraba la ceremonia del fuego nuevo, analógicamente era un "siglo Maya".[4] Frecuentemente se atribuye a la deidad Itzamná el conocimiento del sistema calendárico Maya ancestral, así como la escritura en general y otros aspectos fundamentales de la cultura Maya.[5]

Los antiguos Mayas también usaban un sistema de calendario llamado Cuenta Larga. El calendario de Cuenta Larga da a cada día una denominación única dentro de un período de tiempo de aproximadamente 5125 y 1/3 de años solares o tropicales. Una fecha de Cuenta Larga, más una fecha de la Rueda Calendárica, que incluye el Tzolk’in y el Haab, fue utilizada por los antiguos mayas para colocar eventos míticos e históricos en orden cronológico. El calendario de Cuenta Larga es un sistema que cuenta 5 ciclos de tiempo.[6]

Actualmente estamos viviendo en el 13 Baktún, que inició el 21 de diciembre de 2012, o bien la era del sexto sol. Este sistema calendárico cíclico, en conjunto su sistema matemático y avanzadas observaciones astronómicas, permitieron a los Mayas conocer el movimiento detallado de los astros y realizar precisas predicciones de eventos con cientos y miles de años de anticipación, como eclipses y alineaciones planetarias (entre otros). Nuevos investigadores han demostrado que su sistema matemático es de naturaleza fractal, es decir, que partiendo de una estructura simple, ésta se repite a diferentes escalas, como lo es la misma estructura de nuestro universo. [7]

Por todo esto, el número 52 es nuestro siglo calendárico que compartieron varias culturas mesoamericanas, y en especial del sistema calendárico y numérico más avanzado de la antigüedad: el Maya.

Cosmogonía, Cosmología Mesoamericana-Maya y los Voladores de Papantla

La cosmogonía se define como un relato mítico relativo a los orígenes del mundo[8], del universo y de la propia humanidad.[9] La cosmología es una parte de la astronomía que trata de las leyes generales, del origen y de la evolución del universo[10], así como su estructura a gran escala.[11]

En la mitología Maya, la creación del mundo está asociada con una deidad mítica con forma de ave (Itzamná), que reside en el Árbol del Mundo[12], de la Vida, Árbol Sagrado o Ceiba y también interpretado como Eje Cósmico[13] (el centro del mundo).

Según la Enciclopedia Británica, el árbol del conocimiento, que une el cielo y el inframundo, y el árbol de la vida, que conecta todas las formas de creación, son formas del árbol del mundo o árbol cósmico.[14] Para algunos pensadores, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal, representado en diversas religiones y filosofías, son el mismo árbol.[15]

Así, los mayas consideraban que el universo fue concebido como una manifestación de las fuerzas divinas, y el cosmos que estaba en constante movimiento, lo representaron en tres niveles: Plano celeste, plano terrestre e inframundo.

De tal manera que la tierra (plano terrestre) fue imaginada como una plancha cuadrangular, que estaba dividida en cuatro sectores, cada uno de ellos teniendo como símbolo un color, representado con una Ceiba, sobre la cual se posa un pájaro. Estas ceibas son árboles sagrados que sostienen el cielo al lado de los Bacabes, divinidades antropomórficas que también representaban el orden del mundo.

Tanto las ceibas como el pájaro que posaba sobre ellas eran de un color determinado con el cual se identificaba cada región: negro para el oeste, blanco para el norte, rojo para el este y amarillo para el sur.

En la parte central de la plancha terrestre destacaba Yaax Imix Che, la “Gran Madre Ceiba” o Ceiba verde, una gran Ceiba dispuesta en el centro del universo que atraviesa los tres planos: con sus ramas y hojas el plano Celeste, o mundo superior donde habitan los trece dioses Oxlaun-Ti-Ku; con su tallo el plano terrestre donde habitan los hombres; y con sus raíces penetra el inframundo donde habitan los nueve señores de la noche o Bolon-Ti-Ku. Esta imagen del árbol cósmico situado en el centro del mundo es una de las más representativas del simbolismo universal del centro, en los antiguos mayas.[16]

Representación del Árbol Sagrado de los Mayas: 13 niveles celestes, la tierra y 9 niveles del inframundo[17]

Los Voladores de Papantla


“Todos descendemos del cielo y bailamos sobre la misma tierra”.[18]

Uniendo la cosmología y cosmogonía mesoamericana y especialmente la Maya, cuya influencia se extendió a gran parte de Mesoamérica y puesto que su esplendor y creación de calendario, sistema matemático y mitología sirvieron como base para culturas cuyo esplendor fue en épocas posteriores, es posible brindar una interpretación integrada del Rito Ceremonial de los Voladores de Papantla.

La ceremonia comienza desde la búsqueda del nuevo tronco sagrado, su talado, transporte, colocación y posteriormente el acto en sí del vuelo descendiente de los Voladores de Papantla.

El personaje central se queda de pie en el centro del palo (árbol del mundo, eje del universo) y toca la flauta, que representa el sonido de aves cantando. Los otros cuatro hombres-pájaro, que representan las cuatro direcciones y los cuatro elementos básicos giran alrededor del palo para representar la recreación del mundo y la regeneración de la vida. El caporal o guía espiritual representa el quinto sol[19], quien también simboliza el vínculo entre lo terrenal y el sol.[20] Así como las cuerdas se desenvuelven y los hombres-pájaro giran y descienden, se genera una imagen de una pirámide en movimiento; considerando que la geometría piramidal fue de gran interés para las culturas prehispánicas.

Los cuatro hombres-pájaro descendiendo de los cielos hacia el mundo terrenal.

Los cuatro voladores giran trece vueltas (simulando descender por los 13 cielos del dios sol[21]) para en conjunto sumar un total de 52 vueltas[22], equivalentes al siglo mesoamericano. La ceremonia ritual fue realizada cada 52 años (en los cambios del siglo).[23]

Los voladores de Papantla simbolizan el enlace entre la Tierra y el Cielo, lo humano con lo sagrado.[24] La flauta representa el canto de las aves y el tambor la voz de los dioses[25], con la que el caporal entona el "son del perdón".[26]

"Cuando el guía espiritual lo indica, se desciende del cielo y a partir de ese momento se dice que se convierten en aves que traen consigo la semilla de la vida que el Sol les dio para que al tocar la tierra quede fecundada" – Víctor García, líder del Consejo Juvenil de Voladores y vocero oficial de Voladores Totonacos[27]

Así tenemos entonces una ceremonia ritual que incluye los más importantes elementos de la cosmogonía y cosmología mesoamericanas. Todo un orgullo que la Ceremonia Ritual de los Voladores de Papantla haya sido reconocida por la UNESCO en 2009 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.




[14] world tree in the Encyclopædia Britannica
[22] Heyden, p. 143. Headrick, Annabeth (2002) "The Great Goddess at Teotihuacan" in Andrea Stone, ed. Heart of Creation: the Mesoamerican World and the Legacy of Linda Schele, University of Alabama Press, Tuscaloosa, Alabama, ISBN 0-8173-1138-6, pp. 88-89.

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